lunes, 28 de septiembre de 2009

EL VERDADERO SIGNIFICADO DEL DESARROLLO


Una sociedad no necesariamente es desarrollada porque disponga de cuantiosos bienes materiales, sino cuando haya logrado expandir las potencialidades de los sujetos que la conforman. Existe una visión degradada de lo que el desarrollo significa. Éste no debería comenzar en los mercados, sino en la gente, su educación y su capacidad de relacionarse con la vida toda.
Si es que, como sociedad, somos psicológicamente deficientes, el verdadero desarrollo dependería de la remoción gradual de estas deficiencias primarias. El desarrollo de las capacidades humanas, el aprendizaje de nuevas formas de relacionarse y de hacer las cosas, la energía social y comunitaria que pueden ser desplegadas tras objetivos compartidos, el “capital espiritual” y social de los pueblos deberían ser tenidos en cuenta; más que factores materiales se requiere de la formación de nuevos comportamientos, de una ética de responsabilidad individual y social, de determinados hábitos de trabajo y métodos de organización profundamente humanizados.
Todo aspecto cualitativo es excluido del ámbito económico, a pesar de que es evidente que las cuestiones cualitativas son cruciales para comprender las dimensiones psicológicas y sociales de los sistemas económicos y humanos. El Producto Interno Bruto (PIB) es la medida básica del desempeño económico de una nación pero su cálculo ignora muchos aspectos informales: la parte de la economía que no se basa en transacciones monetarias, las acciones motivadas por la confianza mutua, la cultura nutricional, el trabajo solidario y la conexión comunitaria entre las personas, la flexibilidad mental frente a los cambios que acontecen, toda esa ecología humana subterránea de recursos intangibles queda totalmente apartada de las estadísticas y, por lo tanto, de nuestro marco de análisis, y por ello son descartadas en las políticas que los gobiernos suelen implementar.
La sociedad civil queda afuera de los estudios económicos, salvo cuando se trata de calcular su incidencia en el producto o el empleo que ocupa. No se percibe la capacidad que la sociedad civil tiene como un posible factor movilizador en pro del bienestar de las personas y del desarrollo social. Una perspectiva comunitaria de nuestra interdependencia social y ecológica es críticamente necesaria.
La vida, el trabajo y la felicidad de las sociedades depende de ciertos “arreglos psicológicos” que son infinitamente preciosos. La cohesión social, la cooperación, el mutualismo, es decir el capital social, el respeto a sí mismo, la capacidad de las personas de sobrellevar privaciones, todo esto y mucho más se desintegra cuando esos “arreglos psicológicos” se dañan gravemente en virtud de la anomia colectiva de la mundo urbano. Ninguna política de crecimiento económico por eficiente que sea puede compensar los efectos de este tipo de daño.
La calidad debe complementar a la cantidad. Las cifras elevadas no siempre reflejan un espíritu optimista, indican muchas veces monstruosidades, epidemias, desastres y extinción. Vivimos hoy la paradoja de constatar que la aceleración del crecimiento económico, cuando este ocurre, está acompañada de la desaceleración del desarrollo.
Pensar sólo en el crecimiento como objetivo, es errado pues tiene un cariz canceroso. El término mismo puede representar un peligro potencial, si lo que crece es la deuda, el desempleo, la pobreza, la contaminación, la población, el costo de la vivienda, el rating, el colesterol o la obesidad. Aumentar puede significar declinar. Lo que en un tiempo fue la medida de progreso, hoy tal vez sea una mala señal que evidencia profundos desequilibrios futuros.
Hay una paradoja subyacente entre dos visiones poderosas: la visión economicista, sustentada en el concepto de crecimiento material y la visión de la sostenibilidad, basada en el concepto de desarrollo.Aunque frecuentemente confundimos estos dos conceptos, hay diferencias fundamentales entre ellos: crecimiento es un aumento en tamaño o en número, mientras que desarrollo es un aumento en capacidad de satisfacer aspiraciones legítimas e involucra el aspecto necesariamente cualitativo.
Así, por ejemplo, tanto un basurero como un cementerio crecen, pero no se desarrollan, mientras que una persona puede desarrollarse aún después de haber dejado de crecer. En la sociedad, el mejor reflejo del crecimiento económico es el nivel de vida, mientras que el mejor reflejo de su desarrollo es su calidad de vida. Claro está que la calidad es mucho más difícil de tratar que la cantidad, de la misma manera que el ejercicio de juzgar y valorar es una función más alta que la habilidad de contar y calcular.

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