martes, 9 de junio de 2009

LA SOCIEDAD DE LA IGNORANCIA: (La Segunda Edad Contemporánea y la sociedad del conocimiento)


La sociedad de la ignorancia y otros ensayos http://www.infonomia.com/pdf/sociedad_de_la_ignorancia_es.pdf

Me llamó la atención el nombre del libro cuando lo ví en la web de infonomía, donde se difunden las últimas ideas, innovación, creatividad, ... Y aparece el libro haciendo referencia a justo lo contrario: la ignorancia. Así que miré el número de páginas, unas sesenta, y pensé que en algunos pequeños ratos lo podía leer.

Y fueron apareciendo algunas ideas que me parecen interesantes compartir con todos.

Es una especie de Update you, actividad que desarrollan los promotores del sitio infonomia. Lo que trata el Updateyou (en Zaragoza se celebró uno) es en un ratito explicar las últimas ideas, los últimos proyectos que los ponentes (Alfons Cornella y Antonella Broglia.) han recopilado. Así que yo me he entretenido en resumir algunas ideas del libro. Son todas las están pero no están todas las que son, pero de alguna manera os servirá este extracto para haceros una idea de por donde van los tiros de este libro.

Pues ahí van las perlas:

La complejidad que ha emergido es un producto evolutivo y no se puede gestionar, en contra de lo que algunos especímenes humanos piensan; lo único que podemos hacer como Homo sapiens, para enfrentarnos al futuro, es trabajar para poder manejar la incertidumbre planteando escenarios hi­potéticos y aplicando modelos que, en cualquier caso, deberán contrastarse empíricamente.

Ni los expertos ni los eruditos ni tampoco los sabios tienen bastante capacidad para integrar la información de que disponemos. El individualismo debe dejar paso a la individualidad, es decir, las personas hemos de actuar no como especímenes, si no como constructores sociales, aportando de forma crítica nuestros conocimientos a la organización de la especie.

Estamos ante la Segunda Edad Contemporánea.

Los saltos cualitativos en las habilidades para manipular el entorno, es decir, en la capacidad humana para dominar la naturaleza, tales como el control del fuego, la invención de la agricultura, el descubrimiento de los metales, la revolución industrial o el surgimiento de las actuales tecnologías de la información, han cambiado de raíz nuestra organización social y nuestra forma de interpretar la realidad.

Los cambios en la capacidad de comunicarnos, son de una trascendencia aún mayor, pues la comunicación es la base de la cultura, entendida en el sentido más amplio y, por lo tanto, constituye el fundamento de todo lo específicamente huma­no que supera nuestra biología animal. Realizamos el aprendizaje cultural mayoritariamente por imitación o por enseñanza directa de un congénere. Sin la existencia de formas de comunicación sofisticadas, el mencionado proceso de transmisión de información resultaría extremadamente difícil. Cualquier innovación en la capacidad para comunicarnos debe tener, ne­cesariamente, una incidencia profunda sobre la cultura y, por extensión, sobre la esencia diferenciadora de nuestra especie.

Pues bien, esa capacidad de comunicarnos se transforma en contadas oca­siones, y lo hace en forma de saltos gigantescos cuya influencia es tal que determinan los principales cambios de rumbo de nuestra historia. En efec­to, buena parte del éxito del género humano, el triunfo que hizo posible su difusión sobre la faz de la Tierra, es el resultado del primero de dichos sal­tos: la aparición del lenguaje.

La gran expansión humana del Paleolítico, un proceso que se inició hace un millar de siglos y que llevo a nuestra especie desde las sabanas africanas a poblar la superficie entera del planeta, tuvo mucho que ver con el surgimiento de lenguas habladas similares a las de nuestros días.

Posteriormente, la aparición de la escritura, el siguiente gran salto en la comunicación humana, marcó por definición el inicio de la histo­ria, y un nuevo paso, el desarrollo de la imprenta, supuso el comienzo de la edad moderna. Más recientemente, el creciente protagonismo de las masas experimentado desde la Revolución Francesa, rasgo distintivo que otorga personalidad propia a la edad contemporánea, ha evolucionado en paralelo con la existencia de los medios de comunicación que hoy conocemos.

Ha aparecido una nueva categoría en la clasificación de la co­municación humana, la de todos con todos, asociada a una compleja for­ma de red. Se trata de un hecho que constituye una verdadera revolución, comparable a la aparición del habla, la escritura o la imprenta, y realmente está transformando el mundo que nos rodea.

Somos los protagonistas de un momento excepcional, un punto de inflexión en nuestra trayectoria como especie que nos lleva a plantear, a pesar de nuestra inevitable ausencia de perspectiva, la idea de que nos encontra­mos en el inicio de un nuevo período de la historia.

La sociedad del conocimiento.

Los políticos insertan en sus discursos para teñirlos de optimismo, los actores del mundo económico lo recitan como un mantra con el fin de exorcizar los espíritus malignos de la globalización y muchos ciudadanos de a pie lo interpretan como el futuro deseable al que nos deben conducir las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones. La Sociedad del Conocimiento se ha convertido en una nueva utopía, en una esperanza para tiempos desesperados, casi en la única expectativa colectiva que nos permite mirar hacia el futuro con cierta ilusión.

Tal y como hoy está planteada, la Sociedad del Conocimiento no es más que una nueva etapa de un sistema capitalista de libre mercado que aspira a poder seguir creciendo gracias a la incorporación de un cuarto factor de producción, el conocimiento, al clásico trío formado por la tierra, el trabajo y el capital.

Pero, ¿qué entende­mos exactamente por conocimiento?

Ser conscientes de todo lo que nos rodea y de nosotros mismos. Es decir, el conocimiento reside en nuestro cerebro y es el fruto de los procesos mentales humanos.
Lo que proviene del exterior es, simple­mente, información.

¿CONTINUARÁ?

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