lunes, 6 de abril de 2009

LA CUMBRE DEL G20: ¿PAROLE, PAROLE, PAROLE?




Juan Torres López


La Cumbre de Londres ha terminado con un comunicado que va mucho más allá que cualquier otro en la historia económica reciente. Hay que reconocer que hacía mucho tiempo que no se reconocía un fracaso político y de ideario de modo tan explícito y que no se ponía tan claramente en negro sobre blanco la necesidad de orientar la economía mundial hacia otros derroteros.

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Se trata, en todo caso, de un acuerdo histórico y que en su letra va mucho más allá de lo que la mayoría de los analistas y ciudadanos quizá estábamos esperando. Podría ser de gran calado si los principios más abstractos que contiene se concretaran en el futuro, pero se puede quedar en muy poco si se limita a poner en marcha lo que anuncia que se hará de forma inmediata.

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Efectivamente, sólo hay dos grandes cuestiones que se pueden considerar como virtualmente materializadas: el billón de dólares y la creación de una gran agencia para supervisar las finanzas internacionales. Pero el billón de dólares es muy posible que sea escaso si, por ejemplo, se extiende la depresión en Europa del Este (en donde ya están prácticamente paralizadas las economías de Ucrania, Hungría, Rumania, Letonia, Lituania, Bulgaria...), si llega con más fuerza a América Latina o si prosiguen los problemas bancarios, como es previsible. Y, además, se trata de fondos que no está seguro que queden finalmente vinculados a usos que aseguren que realmente la economía cambie hacia la orientación productiva que se propone el documento.

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Por el contrario, creo que sí cabe esperar algo más en el futuro de la agencia supervisora. Seguramente, el inicio de una nueva era financiera que no podrá repetir lo que ha venido sucediendo hasta ahora, sencillamente, porque así el capitalismo se come a sí mismo.

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Curiosamente, en el comunicado se va más lejos que nunca en la formulación de objetivos y deseos estabilizadores e incluso sociales, en relación con el empleo, con el medio ambiente, con la cooperación, la intervención estatal o la regulación represiva de las finanzas internacionales. Pero, al mismo tiempo, se mantienen las bases que en estos últimos años le han hecho tanto daño: los "principios del mercado", el orden comercial que ha incrementado las asimetrías y desigualdades entre las naciones, la privatización y mercantilización de los servicios esenciales y, por supuesto, las instituciones internacionales que más empobrecimiento consciente, daño económico y sufrimiento humano han provocado quizá en toda la historia de la humanidad: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OMC.

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Mucho tendrá que cambiar la voluntad, las ideas y la actuación de los actuales gobernantes para que estos organismos, en donde es materialmente imposible que se reflejen democráticamente los intereses de los empobrecidos, pasen a tener un papel diferente al que vienen desempeñando. Es significativo, por ejemplo, que en el documento no aparezcan mencionadas ni una sola vez palabras como pobreza, desigualdad o hambre, cuando están muriendo casi 30.000 personas cada día por esta última causa. O que se mencione la necesidad de limitar los sueldos de los directivos (que al fin y al cabo son “pecata minuta” en el mundo de las grandes finanzas) y no los inmensos beneficios de los Bancos y de los grandes financieros y corporaciones, que es lo que verdaderamente determina la pauta distributiva y, por tanto, la vida de la gente. Y, por supuesto, que para nada se haga mención de las políticas deflacionistas que en los últimos años han producido una pérdida fatal de la capacidad de compra y, en consecuencia, del dinamismo de las economías que ha contribuido en tan gran medida a producir la crisis.

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